Paseando por las inmediaciones del actual Centro Socio-cultural La Cárcel, encontramos la calle de los Santos. Aparentemente no observamos ningún nexo que ayude a entender esa designación, pues no hay en ella hornacina alguna ni tampoco otro elemento piadoso que lo confirme. Para explicar esta denominación es necesario volver la mirada al pasado para adentrarse en los diversos usos y nombres con que se conoció el promontorio donde se sitúa este emblemático inmueble. Ofrecemos varios datos que pueden ayudar a desvelar el origen de este distintivo, alentados, también, por la celebración de la Iglesia católica que el 26 de septiembre conmemora la festividad de los Santos Médicos, Cosme y Damián, a los que Totana levantó ermita en este enclave.
La ocupación de este entorno está documentada desde época prehistórica, de hecho, en diferentes excavaciones arqueológicas, se han descubierto restos propios del periodo Calcolítico (fragmentos de vaso campaniforme, material lítico, restos de mineral de cobre y de cerámica bruñida), materiales datados entre el 3200 y el 2500 a.C. Por otra parte, referencias documentales desde el siglo XVI lo mencionan como «Cabezo de la Mezquita», de lo que se deduce que debió de existir una edificación religiosa en época de ocupación musulmana. Con la consolidación de la Reconquista y la cristianización del territorio la cofradía de Santa Lucía, en el siglo XVII, erigía un «humilladero» dedicada a su titular.
El asentamiento en esa zona de personas de menores posibilidades económicas hizo que a finales de esa centuria se fundase sobre este cerro una ermita en honor a los Santos Médicos a fin de que «los pobres que no pueden venir a el concurso de la gente, puedan oír misa sin el impedimento de la vergüenza», un claro testimonio de la diferenciación social propia de otros tiempos.
Avanzado el siglo XIX, en tanto que el pequeño templo se hallaba en un acentuado estado de deterioro, fue adquirido por el municipio, junto con los ejidos adyacentes, para transformarlo en cárcel del Partido Judicial. Sobre un solar de 3.037,38 m2 se alza la imponente obra, cuya configuración siguió plano, proyecto y dirección del arquitecto diocesano Justo Millán Espinosa, planteando la construcción como un ámbito en el que se pudiese ejecutar la privación de libertad de los condenados y su reeducación. En él se materializaría la confianza de que el recluso, al abandonar el presidio, «se regenere y corrija, saliendo de aquel recinto no dispuesto a perseverar en el delito», con la firme idea de reintegrarse en la sociedad, «no como miembro enfermo y contagioso y sí como elemento de vida y de riqueza». En su interior, en el acceso a la biblioteca municipal, se muestra un recorrido expositivo en donde se profundiza en la identidad y trayectoria del establecimiento.
Además de las funciones señaladas, en este dominio se sepultaron los fallecidos en diversas epidemias, a la vez que fue testigo de dolorosos acontecimientos, tanto los que padecieron los presos en él encarcelados, como otros dramáticos aconteceres, entre los que enunciamos la muerte en horca que sufría una joven de 22 años de edad, el 16 de febrero de 1756, ajusticiada «por haber dado muerte a un sobrino suyo de edad de 4 años», y los vividos el 31 de enero de 1937 cuando eran ejecutados, como consecuencia de la incomprensión de la Guerra Civil que estallaba en 1936, los sacerdotes que estaban encarcelados, el padre Paúl, José Acosta Alemán (1880-1937) y los presbíteros diocesanos, hijos de Totana, Juan José Martínez Romero (1889- 1937) y Pedro José Rodríguez Cabrera (1903-1937).
Juan Cánovas Mulero
